... Y algunos Dragones de Bienvenida


Maurits Cornelius Escher - Leeuwarden, Holanda, 17 de Junio de 1.898.

Dragon Fashion


10 siglos de dragones


Sobre Dragones



¿Y si uno soñara con una rosa y al despertar encontrara en su mano esa rosa?

Me enteré de que los dragones son capaces de semejante proeza, de que sus sueños son materia, algo que se toca, que permanece, que está, que se siente. Me enteré de que los dragones son los creadores de este mundo, de las cosas que hay en él, me enteré de que soñaron flores y hubo flores, poemas y hubo poemas. De que el sol que sigue a la lluvia es el sueño de un dragón harto de mojarse, de que la lluvia que sigue al sol es el sueño de un dragón que quiere salir a cantar bajo el agua. Y de que las cosas feas de este mundo son pesadillas de dragón, descuidos, quizá por una comida que le cayó mal, o porque tuvo un mal día, porque no jugó con su dragona por ejemplo. Y de que las cosas feas de este mundo se borran como se borran las pesadillas, dándose vuelta en medio del sueño, no prestándoles atención, haciéndolas desaparecer poniendo los sentidos en otro lado.

Y me enteré de que los días negros donde todo sale mal son días en los que un dragón sufre en su sueño sin poder despertarse, por una comida que le cayó mal o porque no jugó con su dragona, que el sol palidece entonces, que sobreviene el eclipse, que vemos todo de un color tétrico, que nada se aclara ante nosotros, que no hay futuro porque el dragón tiene una pena, no sabe qué hacer, dónde pararse, por qué seguir, cómo.

Y también supe que la hora del amor es la hora de los cuentos, porque la palabra es creadora y porque nada existe si no se nombra y porque crear es amor. No lo digo yo, lo dicen los dragones, que por lo general charlan de a dos, que por lo general se sienten bien si son dos y juegan, a crear: se cuentan cosas y las cosas van naciendo a su alrededor. Sin darse cuenta, por ejemplo, crearon al hombre, nombrando cosas, nombrando otras cosas en realidad, poniéndoles nombres a sus ideas, a su imaginación. El hombre fue entonces un descuido de dragón. Como tal, como descuido que es, el hombre no cree en el poder de la palabra, así que piensa que no es suficiente nombrar para que algo nazca. De ahí todos sus problemas: no tiene ni idea del mal que es capaz de hacer por el simple hecho de hablar. O de callarse.

Y me enteré de que los dragones lloran. Y que cuando lloran no se dejan ver, no quieren que nadie sienta la pena que ellos son capaces de sentir. ¿Lloran acaso por sus errores? ¿Lloran acaso por sus elecciones? ¿Lloran acaso por lo que dijeron sin darse cuenta? ¿Lloran acaso por lo que hicieron sin querer hacerlo? Nadie lo sabe. Son cosas de dragones nomás. Lo único que sé es que por el llanto del dragón crecen los ríos, los mares, se agitan las aguas, y que todo puede inundarse. No hay llanto que dure para siempre, pero de algunos puede quedar un recuerdo eterno.

Por suerte, también pude saber que los dragones se divierten bastante seguido. Es más, lo suyo, en esencia, es divertirse, pasarla bien, jugar, bailar, crear, charlar, soñar, asuntos todos bastante parecidos para un dragón, que en suma pueden resumirse en uno solo, para el que no tengo palabras todavía. Lo que más se acerca a todo ello es la usual práctica de a dos que realizan dragón y dragona: el baile de las sombras. A veces el juego empieza de una manera digamos equívoca: cuando la dragona, de buenas a primeras, dice algo como “Quiero pelear dragón”. Entonces empieza un extraño juego de hacerse mal en broma. La pelea es divertida, deja sus marcas, pero es inofensiva. Y terminan bailando, en el cielo, bien arriba, ajenos a todo. Por ejemplo, a las flores que florecen abajo, en el suelo donde ellos hacen sombras.

Y como los dragones no guardan nada, se permiten el supremo arte del hallazgo, que a su vez no consiste más que en el supremo arte de la búsqueda. Por ejemplo, los dragones saben que en las montañas hay secretos, esos secretos son tesoros. También existen en las islas desiertas, en el fondo del mar, en las cuevas, entre las flores, bajo los hielos del norte. El dragón busca y busca y encuentra, siempre. Se presume que a veces hace trampa: el dragón dice “allí hay un tesoro” y entonces va y lo encuentra. Pero eso no importa. Lo lindo es salir a buscarlo. Cuando lo encuentra, perlas, piedras preciosas, cosas que brillan, lo muestra a su dragona y después lo tira por ahí, para que otro dragón salga a buscarlo. El tesoro vuelve a ser un secreto, y la búsqueda empieza de nuevo.

Lo mismo les pasa con los rompecabezas. A los dragones les encantan, pero no los terminan nunca. Los empiezan a armar y cuando están a punto de concluirlos ponen una pieza equivocada a propósito. Se auto boicotean. Son sus propios saboteadores. La cuestión es jugar. Saben que si ganan el juego se termina.

Y supe que para los dragones hay un amor, o mejor dicho un gusto, sí, un gusto, inexplicable: el fuego. Arman enormes piras por el placer de encenderlas y ver luego las llamas de colores cambiantes bailar en medio de la nada. Se quedan contemplando y soñando despiertos. Hay algo allí, en los colores, en el brillo, que los atrapa irremediablemente. Tal vez nada más porque es su propia creación. Son vanidosos sin saberlo. No son vanidosos entonces.
Por eso es, justamente, por falta de vanidad, que viven asombrándose. Todo lo que ven les provoca algo, tanto lo que no conocen como lo que se saben de memoria. Siempre hay una mirada nueva en el dragón. La flor que vieron ayer hoy es otra flor, y así, tal vez por culpa del sol, que ayer brillaba menos, o del cielo, que hoy está más azul, por ejemplo, pero no importa: es otra, es distinta, es nueva. En realidad saben todo. Pero enfrentan al mundo como si lo desconocieran.

Pero quizá lo que más me gusta de los dragones es que aman las cosas inútiles. Ven el mundo a través de los agujeros de una hoja seca y esa hoja se transforma para ellos en un objeto de incalculable valor. Escribir es ver el mundo a través de los agujeros de una hoja seca.

El dragón ama las formas. De ahí que se creyera jaguar, por ejemplo, porque el jaguar es bello. No sabe lo que el jaguar significa, lo que el jaguar esconde en sus manchas, pero ama lo que ve a simple vista. No va mucho más allá. El dragón es un artista, no un crítico. El dragón gusta de conversar por el sonido de las palabras, no por lo que éstas dicen. Pregunta por ahí sobre cosas que conoce de sobra, nada más que para escuchar cómo las dice el pájaro, cómo las dice el león. Disfruta de los matices el dragón. Cuando los otros hablan sobre lo que él ya sabe, los deja hablar tranquilos y asiente siempre. Saben que así hablan más. Los escucha y disfruta. De lo que hablan ya sabe, pero la música de las palabras lo sorprende siempre.

Todo lo que aprendí sobre dragones debo agradecérselo a la infinita gentileza de Gustavo Roldán, escritor chaqueño, carpintero y aprendiz de mago, y de Luis Scafati, dibujante y pintor mendocino. Ambos, el primero con una máquina de escribir, y el segundo con un plumín y tinta china, compusieron en 1997 un libro maravilloso, Dragón. Así de simple, Dragón. Una palabra para crearlo todo.


Fragmento de Crítica Creación, Más que una hermenéutica, una erótica del arte.
Dragón, Gustavo Roldán y Luis Scafati, 80 págs., 1997, Sudamericana, Buenos Aires.
 

Historias de Dragones




Michael Ende escribió la novela fantástica La Historia Interminable (Die unendliche Geschichte) en 1979, se le considera un clásico de la literatura infantil del siglo XX. Ha sido traducida a mas de 36 idiomas y su adaptación cinematográfica más conocida es la de Wolfgang Petersen quienrealizó una versión cinematográfica, incompleta, que deja un aire de insuficiencia frente al libro pero que visualmente explora y hereda al público unos personajes hermosos como el Dragón Falcor, El Hombre de Piedra o la Tortuga Morla. 
Una obra que transcurre en el reino de la Fantasía y que está amenazado por ser destruido por la Nada (la carencia de la imginación de las personas del mundo real).
A propósito Falcor reencarnó en Lucas (Sí, el de Mandalay)

1+ de Michael Ende


"En un oscuro torreón vivía en tiempos un dragón, que Plácido se llamaba y todo lo destrozaba: lleno de pinchos y malas artes escupía fuego por todas partes. Pero un día vino un profesor con un libraco, y sin temor al fiero dragón se acercó... "
Un libro que no se puede dejar de leer, de ver...
Plácido es un dragón revoltoso y destrozón. Bárbara es una mariposa dulce, bella y delicada. Un día, Plácido y Bárbara conocen el significado de sus nombres y gracias a la relación que establecen sus vidas empiezan a cambiar.  Un libro que nos permite entender (como lo sugiere el artista Hunderwasser) el sentido de nuestro nombre, la forma en que llenamos con carácter esa manera de ser nombrados.


Ed. Alfaguara, Michael Ende (Alemania, 1929-1995)
El Dragón y la Mariposa, 1984

Las Plumas Rojas del Dragón


Ilustraciones de Olga y Andrej Dugin (Rusia), para el libro Las Plumas Rojas del Dragón.  Editado para Latinoamérica por El Fondo de Cultura Económica de Mexico.  Estas ilustraciones fueron hechas en el año 1999 por los esposos Dugin en Acuarela sobre papel

Ilustraciones

1. Black Dragon Ilustrador desconocido (para nosotros)

2. Gladius por el Ilustrador John Howe, el mismo artista que realizó el diseño visual de las películas del Señor de los Anillos.

San Jorge y el Dragón


Puppets in the Tuileries



Niños viendo una puesta en escena de San Jorge y el Dragón.
Photo: Alfred Eisentaet

Seres imaginarios


El Dragón posee la capacidad de asumir muchas formas, pero éstas son inescrutables. En general lo imaginan con cabeza de caballo, cola de serpiente, grandes alas laterales y cuatro garras, cada una provista de cuatro uñas. Se habla asimismo de sus nueve semblanzas; sus cuernos se asemejan a los de un ciervo, su cabeza la del camello, sus ojos a los de un demonio, su cuello al de la serpiente, su vientre al de un molusco, sus escamas a las de un pez, sus garras a las del águila, las plantas de sus pies a las del tigre y sus orejas a las del buey. Hay ejemplares a quienes les faltan orejas y que oyen por los cuernos. Es habitual representarlo con una perla, que pende de su cuello y es emblema del sol. En esa perla está su poder. Es inofensivo si se la quitan.

La historia le atribuye la paternidad de los primeros emperadores. Sus huesos, dientes y saliva gozan de virtudes medicinales. Puede, según su voluntad, ser visible a los hombres o invisible. En la primavera sube a los cielos; en el otoño se sumerge en la profundidad de las aguas. Algunos carecen de alas y vuelan con ímpetu propio. La ciencia distingue diversos géneros. El Dragón Celestial lleva en el lomo los palacios de las divinidades e impide que éstos caigan sobre la tierra; el Dragón Divino produce los vientos y las lluvias, para el bien de la humanidad; el Dragón Terrestre determina el curso de los arroyos y de los ríos; el Dragón Subterráneo cuida los tesoros vedados a los hombres. Los budistas afirman que los Dragones no abundan menos que los peces de sus muchos mares concéntricos; en alguna parte del universo existe una cifra sagrada para expresar su número exacto. El pueblo chino cree en los Dragones más que en otras deidades, porque los ve con tanta frecuencia en las cambiantes nubes. Paralelamente, Shakespeare había observado que hay nubes con forma de Dragón (sometimes we see a cloud that's dragonish).

El Dragón rige las montañas, se vincula a la geomancia, mora cerca de los sepulcros, está asociado al culto de Confucio, es el Neptuno de los mares y aparece en tierra firme. Los reyes de los Dragones del mar habitan resplandecientes palacios bajo las aguas y se alimentan de ópalos y de perlas. Hay cinco de esos reyes: el principal está en el centro, los otros cuatro corresponden a los puntos cardinales. Tienen una legua de largo; al cambiar de postura hacen chocar a las montañas. Están revestidos de una armadura de escamas amarillas. Bajo el hocico tienen una barba; las piernas y la cola son velludas. La frente se proyecta sobre los ojos llameantes, las orejas son pequeñas y gruesas, la boca siempre abierta, la lengua larga y los dientes afilados. El aliento hierve a los peces, las exhalaciones del cuerpo los asa. Cuando suben a la superficie de los océanos producen remolinos y tifones; cuando vuelan por los aires causan tormentas que destechan las casas de las ciudades y que inundan los campos. Son inmortales y pueden comunicarse entre sí a pesr de las distancias que los separan y sin necesidad de palabras. En el tercer mes hacen su informe anual a los cielos superiores.


El libro de los seres imaginarios - JL Borges - Emecé ed. 2005